Ruben Osorio Canales 3

EL PLATO DEL DOMINGO

RUBÉN OSORIO CANALES


Año 1961, Alicia Ferro y yo vivíamos en Roma y esperábamos la llegada del gran poeta de Barinas Alberto Arvelo Torrealba gran amigo de mi padre y de toda mi familia materna. Se habían venido de los Llanos hacia Caracas a la muerte de Gómez a buscar mejores horizontes. Compartieron unos cuartos en una pensión en San Juan para dar inicio a la aventura en la capital. De allí en adelante la amistad de las dos familias sólo supo crecer y hacerse frondosa.
Yo esperaba con ansiedad la llegada del poeta porque tenía poemas que mostrarle. Se los entregué a las pocas horas de llegar lleno de expectativas. Trabajos de los veinte años con los que, creía yo, había tocado de alguna manera la poesía.
En el paso de los días hablamos mucho, paseamos, descubrimos rutas allí donde el hombre había dejado huellas. El suyo fue siempre el hablar de la reflexión con amor por las cosas.
Mi mente lo escuchaba y mi ansiedad de escritor joven esperaba algún comentario sobre los textos que con tanta fe le había entregado. Pero había silencio. Por mi parte asumí la actitud de la espera, sin preguntar nada. La breve estadía del poeta estaba llegando a su final y, a pesar de mis deseos, nada pregunté. Mi intuición se movía inquieta. Pensé que no había tenido tiempo de leer los manuscritos, llenos, como estuvieron los días, de tanta actividad. Lo cierto es que en un estado de ánimo no muy claro, fui a despedirme de él en la pensión donde estaba hospedado, la misma donde Albertico, su hijo, había estado y luego yo había vivido durante un año y frecuentado siempre en los años sucesivos.
Cuando entré a su cuarto, para mi sorpresa, tenía mis manuscritos enrollados en la mano.
Me miró y me dijo, Rubén siéntate para contarte algo. Florentino fue primero una obra de teatro. Tardé en comprender que estaba condenada al fracaso. Imagínate que el catire aparecía en el primer acto con un brazo fracturado por una caída una tarde de toros coleados. Un tipo así no pueda cantar con el Diablo. Me olvidé de esa obra y comencé a buscar el canto. Fueron años y siguen siendo años buscando que la palabra mía afine y quepa en el corazón de Florentino y en el alma del Diablo. Han sido años tratando de soldar esa fractura. Algo he logrado, pero todavía falta” Y me entregó los manuscritos. Luego con la luminosa severidad de los grandes maestros me dijo : “Creo que allí tienes mas de un verso fracturado y con aporreos varios. Un largo trabajo te espera, si es que no te desanimas y quieres hacerlo”. Me dio un abrazo fuerte y solidario. Lo acompañé al aeropuerto sin que habláramos más sobre el tema. Yo regresé a Roma, sin decir palabra, con la gran Alicia Ferro, madre de mis tres hijos mayores, a quien nada le había comentado sobre el asunto.
Después de un largo silencio donde ella advertía que había despecho, frustración, dolor y susto, me dijo: “creo que comer fuera de la casa es una buena idea”.
¿ Qué sugieres ? le pregunté.
“Por la cara que tienes, se que quieres estar en un hueco, pero no te voy a dejar solo. Voy a estar contigo”.
“Es cierto, quisiera estar en un hueco bien oscuro”,. le dije, y, con la misma, nos fuimos a Il Bucco en la Vía dei Pie di Marmo, paralela a la Vía del Corso.
Cuando llegamos al sitio y después de tomar un aperitivo, ella pidió la especialidad de la casa, una Bisteca alla
Fiorentina y yo en tono de auto castigo le dije al gentil camarero: “ La pasta piú arrabiata che trovi in cuccina, per piacere”.
Aquella fue una de las grandes lecciones que recibí en mi vida. Comenzó una larga reflexión sobre la poesía que todavía me acompaña. Pensé que no escribiría más poesía y que mi esfuerzo lo dedicaría al teatro, al cine y a otras formas de arte como en efecto lo hice durante seis años. Un día regresé, en un sitio oscuro y en medio de una fiesta de despedida que me daban en Caracas por el año 1960, me aparte del grupo, le pedí a la regente del sitio donde estábamos papel y lápiz y rompí aquella rara tregua que mi espíritu había establecido con el género más difícil del arte que es la poesía. Se requirieron varios años más de trabajo para concluir un libro que amo mucho por la guerra que me dio, por lo exigente que fue y porque con el terminé de entender que si quieres llegar a rozarla y sentir, aun cuando sea alguna vez, su aroma, tienes que dárselo todo. Ese libro es La Vida por los Pies. Un día me fui con mis manuscritos a su casa en El Paraíso y se los entregué. Nos sentamos debajo de una mata de mango y pasamos la tarde recordando a Ungaretti, a Sinisgalli, a Montale, a Quasimodo y a Rocco Scotelaro.
Habían pasado más de siete años de aquella tarde memorable. Después de una tarde muy densa, ya mi espíritu desprovisto de ninguna ansiedad, me fui a mi casa a enfrentar otros textos.
Pocos días después el maestro Alberto me llamó para decirme que quería presentar ese libro, hecho que ocurrió en el Ateneo de Caracas en 1968, en medio de una notable concurrencia que escuchó además de las palabras de Alberto Arvelo, algunos textos del libro dichos por Orángel Delfín, quien fuera en vida uno de los más talentosos y completos actores de éste país.

EL PLATO

La pasta “arrabiata” es uno de los grandes descubrimiento de la cocina italiana, uno de esos grandes comodines a los que se puede recurrir cuando el pesebre está muy alto, cuando un desasosiego te embarga y no te provoca hacer mayor cosa, cuando descubres que tienes huesos y alma fracturados y necesitas entrar en un proceso de silencio y reflexión. Yo recurro con frecuencia a ella. La que me sirvieron en Il Buco, fue a base de ajo, aceite y peperoncini, nada más, pero la que me hice la noche en que el maestro me llamó para decirme que quería presentarlo, lo hice en el jolgorio de seis dientes de ajo picaditos, una cebolla picadita, la pulpa de ocho tomates, un trozo de pimentón, orégano, sal, y un peperoncino siciliano que supo a gloria y no hizo otra cosa que despertar todas las alegrías que estaban dormidas en mi espíritu. La que me habían hecho en el restaurante romano, no estaba arrabiata, si no arrechísima. Para atenuar el escozor romano, que no sabía si se debía al picante o a los versos fracturados, se requirieron varios vasos de vino toscano, de una grappa para ayudar mi digestión y de un largo tiempo de reflexión. La que me hice con tantos ingredientes exuberantes, supo a gloria Viva la poesía, la arrabiata, el vino y buen provecho.

EL CONVITE.-

Próximo como está por aparecer la primera edición de mi libro Extravíos en el que llevo unos siete años trabajando, voy a reunir a un grupo de lectores complacientes para que a la hora de hacer la pasta no tengamos que recurrir a otra arrechera igual a la de Roma. A estas alturas del juego las cosas no están para infarto.

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