ESTUDIO DE MERCADO

I
A las nueve de la mañana de un día cualquiera, un viajante acaba de franquear los controles de inmigración y se dirige a la zona de la “feria gastronómica” del aeropuerto Internacional de Maiquetía para apurar un desayuno tardío. En una zona claramente delimitada lo esperan diferentes conceptos gastronómicos de comida rápida. En conjunto resumen a las diferentes comunidades étnicas que nos han poblado durante décadas de migraciones. En medio de un pausado orden general, uno de los puestos destaca de inmediato, gracias al bululú desordenado de ojos que ansían la atención de un sobrepasado dependiente. Todos quieren arepa, juguito de guanábana, desayuno criollo con carne mechada o hasta el clásico vaso de Toddy. Lo lógico sería moverse a un puesto de comida cercano menos atestado, pero cuando se trata de desayunar, hay concesiones que preferimos no hacer.

II

El zumbido del intercomunicador, para alivio de ella, anuncia que finalmente los invitados a su cumpleaños han comenzado a llegar. Desde hace rato la mesa del comedor presenta un esmerado arreglo de cremas para untar, pasapalos y una tabla de quesos decorada con uvas, con queso ahumado, azul, “tentación”, queso de cabra nacional y un manchego importado. Como toda fiesta de la modernidad, es una fiesta “country” por aquello de las contribuciones.

Cada invitado ha llegado o bien con una botella de vino debajo del brazo o bien con un pasapalo casero. Suena nuevamente el timbre y todos sonríen con código cómplice porque quien llega tarde es el mismo amigo de siempre. Entra azorado, para ser coherente con su estilo y con desfachatez arrincona los quesos decorados, para proceder a sustituir los nuevos espacios de la tabla por quesos que él ha traído: un chorreante guayanés, un trozo de palmizulia, una crineja caroreña de queso de cabra, que muestra indicios de haber sido pellizcada en el camino y un queso de año algo pasado de sal. Cuando todos se han ido, ella diligentemente envuelve en envoplast los trozos restantes de queso que había comprado. Piensa con pesar que no quedó ni un pedacito de los que trajo su amigo, que bien rico hubiese sido comérselos en el desayuno.

III

Él ha entrado con su amiga extranjera a un restaurante de moda de la capital. Cuando el mesonero llega, ella deja caer el menú y le dice al amigo “lo dejo en tus manos porque es tu tierra y quiero conocer los sabores de acá”. Minutos después el agasajo se ha vuelto incómodo ante la imposibilidad de conseguir algo que pueda complacer la petición. Mira con ojos suplicantes al mesonero y él le susurra al comensal “lo que pasa es que el dueño dice que la comida venezolana no vende, pero trate con el mero al vapor de ajonjolí y soya porque el chef le pone ají dulce”. Él pasa el resto de la velada absorto tratando de entender cuál estudio de mercado dice que su comida no vende.

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