ANTOJO

Amo las palabras intraducibles. Aquellas que únicamente poseen sentido desde el lenguaje mismo y desde pasados cargados de vivencia. Son las palabras que con sus sutilezas e inflexiones lo resumen todo en un instante. Buscamos en un diccionario Inglés-Español la palabra Quest y encontramos como traducción a un desnudo Búsqueda que en ningún momento es capaz de reflejar la inmensa carga de aventura, conquista y logro que posee la palabra en inglés. Por eso Quest es tanto Shangrilá como mujer; y a veces conocimiento.

Dicen quienes tienen la suerte de entender a Saramago y al amado Jorge en su idioma natal, que la portuguesa Saudade es la madre de las intraducibles. Debe serlo porque en inglés es un Miss que habla de posesión y pérdida y en español es un Nostalgia deslastrado de lo posesivo y cargado de melancolía y más cercanamente de añoranza. Me dan envidia portugueses y brasileños, a través de esa palabra son capaces de asir un permanente deseo por lo inexistente.
Cada idioma las tiene. El idioma nace de nuestras melancolías y de los rezos que nos unen. Sueños tan intraducibles como el alma misma. Intraducibles como la palabra antojo.

-¿Me consigues un granizado de níspero?, demanda ella sobándose la barriga. Con su petición absurda de dos de la mañana dispara desde cada costado de su ser a la palabra Antojo. Quizás por eso es que en inglés apenas consiguen traducirla como Whim para, con simpleza y pragmatismo anglosajón, resumir el acto irracional de esa muchacha como un simple capricho. Es cierto que antojo es capricho, pero esa es apenas la acepción más burda de una de las palabras gastronómicas más complejas del idioma español. El antojo de esa embarazada es un antojo “porqué si”, apenas uno de los tantos que hay.

No todo antojo es caprichoso. Muchos ocultan aéreamente vicios escondidos. Lo mejor que tiene un antojo vicioso es que garantiza la aprobación consentidora del oyente ¡Me muero por un chocolate!, dice él. El antojo vicioso es solitario, al expresarlo informamos. En ese momento ni se esperan cómplices ni manos salvadoras. Es un antojo que poco tiene que ver con otro: el antojo culposo.

Hoy no es un Domingo cualquiera. Es un Domingo en que no habrá que trabajar. No hay que cumplir y mucho menos entretener. Domingo de cama ganada y película. Vamos a la tienda de alquiler y con la película va una paquetico de cotufas para microondas “full mantequilla”. Sabemos que posee el abecedario completo de colores cancerígenos ¡No importa!, hoy tengo antojo. Mañana me preocuparé de la culpa. Culpa y vicio: palabras terribles que sólo en la atmósfera de los antojos son capaces de deslastrarse de la espantosa adicción.

Hay antojos divertidos por irracionales. Mil veces nos hemos comido una torta como gran final de una buena comida, y justo al momento de guardar los sobrantes nos topamos con el trozo de chicharrón que demostró su perfección en la mañana. Asaltamos un trozo sublimemente crujiente embriagados por su olor, ante la cara horrorizada de nuestros acompañantes de mesa. Describir éste acto como gula o insatisfacción sería una manera en extremo simple de retratar a un antojo. No amerita explicación lo que vibra con el cuerpo.

Somos un pueblo descrito por los publicistas como aspiracional; nuestros antojos no escapan a ese hecho. Cómpralo mi amor dice la esposa comprensiva cuando nota que su marido se ha paseado no menos tres veces frente al whisky de añada prohibitiva. Desde el amor ambos regatean la pertinencia hasta que gana ella. Esa noche, ella regaló algo enorme e impalpable: regaló un antojo.
Todos tenemos antojos favoritos; los míos son los ganados y los diminutivos. Los primeros, de hecho, son típicos de los cocineros. Cada vez que un cocinero termina su servicio después de una noche brutal, para sentarse luego en solitario a comer un trozo del plato prohibido que hace el Chef, se ha ganado su antojo. Cada vez alguien se levanta con la apremiante necesidad de comer algo específico ¡y se lo cocina!, toca también el umbral del antojo ganado. Es un antojo solitario, macerado. Un antojo para degustar.

Antojos muchos, pero posiblemente ninguno como el diminutivo: el antojito. Con el llegamos al cenit de las palabras inexplicables ¿Cómo explicar que alguien maneje kilómetros para comer de nuevo la comida que ella le hacía de niño? ¿Lo llamamos Quest, (búsqueda) lo describimos como Saudade (nostalgia)? ¡No! … es un simple antojo.

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