LOCOS BAJITOS

… que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós.
J. M Serrat

En silencio dos hermanos, uno de 10 la otra de 11, se van apoderando de la cocina de la casa. Tienen que asegurarse de que la celada cuidadosamente planificada, no vaya a delatarse con el ruido de trastos y licuadoras. Sobre una sartén de teflón colocan queso parmesano rallado hasta lograr una crujiente galleta tostada. La retiran y en la misma ponen una lonja de pan con un hueco grande en el medio. Dentro del hueco dejan caer un huevo sin batir y con delicadeza levantan un poco el pan para que la clara escape un poco, mojándolo por debajo. Sobre el pan colocan la galleta de parmesano para que se pegue al conjunto y esconda la yema sorpresa. Ella se monta en un banquito para poder ver bien y él le pasa el pimentero. Es apenas uno de los elementos que irán colocando sobre una bandeja arreglada con esmero. Minutos después un sonoro ¡Feliz día Mamá! antecede a ojos estrujados e incredulidad. La niña y su hermano se sientan en la punta de la cama e inquisidoramente ven a su Mamá hasta asegurar que el plato quede vacío.

II

Ellos dos acaban de mudarse a esa ciudad. Muy buena cocinera ella, muy consentido él. La ciudad es diferente a Caracas. Allí él, que apenas cuenta con doce años, puede irse en colectivo al colegio y a veces desandar las 10 cuadras a pié. Pasado un tiempo, la aprehensión de la madre va cediendo y por primera vez en sus vidas la rutina cambia al punto de que es el niño quien la espera en casa cuando ella regresa del trabajo. El otoño arrecia y sus embates van colándose hasta legar una gripe fastidiosa que más que ceder pareciera eternizarse. Cuando el niño salió en la mañana, calado hasta la ridiculez con los mil y un trapos que ella le obligó a vestir, la dejó en cama hablando nasal y con cara hinchada. Al regresar del colegio, la encontró dormida. En el cuarto, caliente al punto de la exageración, sólo puede respirarse el recuerdo tánico y ácido que emana de una taza vacía de té. Deja la calefacción como está, se quita la mitad de la ropa y va a la cocina. De un frasco de la nevera toma ajo pelado y ya que la abrió, aprovecha para agarrar una olvidada media cebolla arrugada y un manojito de cilantro ¡Cilantro! Le oyó decir a su Mamá hace dos días cuando lo vieron en el abasto del boliviano. Corta con menos esmero del que quisiera la cebolla y el ajo. Coloca una olla al fuego y cuando está caliente coloca un chorrito de aceite de oliva. Sofríe el ajo y la cebolla. Agrega luego agua y se queda a la espera de la señal del microondas. Saca de él una pechuga congelada a medias, la corta en tiras y se la agrega a la olla. Cuando hierve el agua agrega pastina y hojitas de cilantro. Sopla una cuchara hirviente y decide en ese momento cuanta sal poner ¿Llegaste mi amor? Un minuto después el hijo le está diciendo que se tome la sopita que le va a hacer bien, que va a ver que mañana no sentirá nada, que hay más por si le provoca. Ella nunca lo había visto cocinar. Ya no es la gripe la que le humedece la nariz.

III

Suena la alarma ¡Las once de la noche! Acaba de terminar una semana pesada que pareció beberle toda la fuerza. Se quedó dormido hace un par de horas y siente que de no ser por la previsión del despertador lo hubiese hecho hasta el día siguiente, sin ni siquiera molestarse en quitarse la ropa. Trata de aclarar el entumecimiento con una salpicada de agua fría y un poco de enjuague bucal. Se despide de su esposa y sale en el carro a buscar a su hijo. Cuando llega al restaurante, su hijo está todavía lavando un horno. Se saludan y él pide un whisky en la barra para hacer tiempo. Media hora después, el carro se impregna con el apetitoso olor indefinido que emana de la pequeña chaqueta de cocinero que tiene el hijo. El regreso lo hace deliberadamente a poca velocidad. El padre comienza a volverse adicto a estas noches de los Viernes en las que su hijo excitado le cuenta de todo. Por la ventana el viento recoge palabras … y entonces, Papá, el Chef le pegó un grito al salsero … Su hijo pasante habla. Habla con él.

Son los niños de esta generación. Niños que ven canales de TV especializados en programas de cocina. Niños que piden de regalo un cuchillo, una cena o un curso de cocina. Niños que no entienden porqué siguen haciendo libros de cocina para ellos llenos de gelatinas y galletitas horneadas. Clientes del futuro que pondrán en aprietos a los cocineros. De manera tan masiva no había pasado antes; ya no son casos ni curiosidades aisladas para exhibir con orgullo paternal. Son los niños que se están entrenando desde los 8 años. Locos bajitos que hacen que pensemos en un futuro mejor.

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