A MI ME GUSTA ESE CHOCOLATE

Cuando en el futuro haya que escribir la historia del chocolate en Venezuela indudablemente la marca chocolates El Rey tendrá un papel protagónico. Los soñadores detrás de esos productos, le colocaron a las generaciones futuras de empresarios venezolanos, una barra muy alta que actúa como referencia obligatoria y aspiracional para quienes desean producir chocolate. El Rey con su semántica nos puso a hablar de orígenes con bautizos como Irapa o Reserva San Joaquín, estableció la necesidad de invertir en tecnología para lograr los micrones de molienda necesarios y los temperados ideales, estableció estándares de mercadeo, de diseño y de empacado, y así mismo, los mecanismos de sustentabilidad. En fin, nos ha enseñado los caminos para lograr la internacionalización de nuestro producto estrella en un mundo globalizado en donde la competencia es feroz… pero les están roncando en la cueva, y eso, con toda la admiración que les profesamos, irónicamente nos alegra enormemente por las razones que veremos a continuación.

II
Varias veces hemos analizado en esta columna como en el plano gastronómico nuestro pasado históricamente rentista se traduce en un país que suele llenarse la boca con un “nuestro cacao es el mejor” (lo que es muy cierto), sin entender que esa casualidad del terroir es el regalo de Díos para que hagamos algo con él. En dos palabras: No tenemos que vanagloriarnos del cacao sino del chocolate que hagamos con él; así como no tiene ningún sentido decir que nuestro café es mejor que el colombiano, si éste es el que domina el mercado mundial… viaje de ego llaman a este tipo de actitud los publicistas con mucha razón.

III
Uno de los comentarios más impresionantes que he recibido últimamente, vino de un amigo en cuyo criterio gastronómico confío plenamente. Dijo literalmente “prefiero el Chocolate Paria al del Rey”… ¡Impresionante, de repente entendí que estamos llegando al punto de hablar de marcas de chocolate en Venezuela!

En efecto es así, no sólo está el Chocolate Paria que comenta mi amigo y que es producido por Christiane y Alida (y esa vocera maravillosa que es Tamara Rodríguez), con sus coloridos empaques de aves, una producción carente de aditivos (como vainilla o lecitina) y hasta presentaciones con 100% cacao, lo que hasta hace poco se consideraba un logro tecnológico inalcanzable en la industria chocolatera; sino que recientemente hizo aparición la impresionante Hacienda San José de la familia Franchesqui (personalmente siento que pronto será una de las referencias fundamentales de nuestra chocolatería por su calidad) con un proyecto dedicado a recuperar nuestro Cacao Criollo a través de presentaciones al 70% de denominaciones bautizadas como Caroabo, Porcelana, Guasare, Ocumare o Carenero.

Obligatorio es mencionar el caso de Mis Poemas de Chocolate en Barlovento, de Amanda García, con sus bellas denominaciones de Catire, Negro Fino, Mulato y Mestizo. Con su empuje han pasado a liderar un proyecto de cooperativismo en el estado Miranda, que de recibir transferencia tecnológica y recursos de parte del estado, para lograr un producto de acabado competitivo, podría convertirse a la vuelta de una década en un hecho histórico.

Con un panorama tal, pareciera que ese término hasta ahora burocrático de Denominación de Origen o de Patrimonio Cultural podría ser una realidad palpable mucho más allá de los sueños. Bien lo dice la bombonera venezolana María Fernanda Di Giacobbe: “Poseemos una semilla que con sólo secarla al sol y tostarla correctamente, ya sabe a chocolate. La mitad del trabajo está hecho”

IV
Cuando aparece diversidad de marcas de un mismo producto y aparece una sana competencia por los gustos del consumidor, al punto de que surjan entre quienes degustan polémicas acerca del ranking de calidad de las diferentes etiquetas, podemos decir que estamos ante la presencia de un grado de madurez que suele anteceder la internacionalización de un concepto gastronómico, tal como en su momento sucedió con el vino en los países vitivinícolas de Suramérica.

Por razones gastronómicas y hasta afectivas poseo obviamente mis preferencias, pero como venezolano que sueña con ver algún día que nuestro gran producto de origen monopolice el mercado mundial, esos a “mi no me gusta” que comienzo a escucharle a golosos comensales que exhalan aroma a cacao, ¡son música para mis oídos!

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