368 LA ISLA DE LOS HOMBRES QUE COCINAN
En toda comunidad existen códigos de conocimiento, sobre
temas específicos, que se aprenden desde que eres niño y que de alguna manera
determinan con su metalenguaje si perteneces realmente al colectivo. Así, por
ejemplo, en Francia un niño oye hablar de vinos y regiones vitivinícolas desde
que es pequeño, y a medida que crece se va volviendo experto en el tema. En la
mesa francesa de un restaurante todos tienen que ver con la carta de vinos y si
un extranjero inmigrante desea pertenecer a esa comunidad, más le vale ponerse
a estudiar. Otros países en cambio convierten al clima en su tema cotidiano de
conversación, al punto de parecer que si no eres un experto meteorólogo no
tendrías ni siquiera posibilidad de aspirar a una cita romántica por falta de
conversación común. Hay ciudades en donde un deporte es esa columna, en otros
todos saben términos del psicoanálisis y en otros la política es la obsesión.
De hecho, un buen consejo a la hora de emigrar es averiguar si nos gusta la
fascinación nacional del país receptor, porque ésta signará nuestra vida.
Es difícil saber porque los pueblos se vuelven más expertos
en un tema específico que en otro, pero lo que es indudable que es una forma
sana y sutil de competencia para divertir reuniones. Tarde o temprano se habla
del tema en cuestión y todos tratan de demostrar que son los que más saben.
Cuando llegué a vivir a la Isla de Margarita, dos cosas me
llamaron la atención desde el principio. Por un lado todos los no margariteños
que escogen a la Isla para vivir están obsesionados con el tiempo que tienen
viviendo en ella. Un diálogo que diga algo como “Encantado, me llamo Sumito.
Tengo 4 años y 9 meses viviendo aquí”, es particularmente común. Paso seguido
empiezan las bromas respecto a si eres navegao, anclado, con pasaporte o con
nacionalidad (todas dependen del tiempo en la isla, de si te casaste con
alguien de aquí, de si tuviste hijos en la isla, etc.); y es apenas después de
este ritual que puede comenzar la conversación.
Pero el otro factor que me dejó boquiabierto desde el
principio es que todos los hombres margariteños cocinan, y si no lo saben hacer
dicen hacerlo. En toda reunión de hombres margariteños en algún momento se
habla de cocina y todos afirman hacer un plato mejor que nadie. Con el tiempo,
en estos 4 años y 9 meses, he tenido la suerte de comprobar muchas veces que en
efecto estos margariteños saben cocinar. Y mucho.
Al principio pensé que hablaban de cocina frente a mi como
una forma de ser amables por el hecho de ser yo cocinero. Pero luego de 4 años
y 9 meses me es evidente que hablan de cocina porque saben de cocina.
He indagado con amigos el porqué de esta isla de hombres
cocineros. Con cuatro teorías me he encontrado, y probablemente la respuesta es
un poco de todas ellas.
En Margarita se come mucho pescado (algo inusual en las Islas
del Caribe) y ello implica que la gente desde muy pequeña es capaz de
reconocerlos. La primera prueba a la que nos someten a los navegaos es de
reconocimiento marino. Una cosa es saber que un mero es mero y otra es saber
que hay mero Guasa, Tosía, Cuna Güarei, Cherna, Paracamo o Fraile. Y aquel que
sabe de pescado termina sabiendo cocinar, porque inevitablemente si alguien
habla de Sapo bocón, necesariamente le preguntarán sobre como se cocina.
Otra razón es que los margariteños fueron y siguen siendo
hombres de la mar, y en la mar, cuando se faena largo, quiénes cocinan son los
hombres. Todo margariteño sabe hacer muy bien funche y no es casualidad.
La tercera razón es que la Isla de Margarita es un entramado
social matriarcal. Aquí quiénes mandan son las mujeres. Se que después de 4
años y 9 meses de arduo trabajo para pasar de navegao a anclado, he perdido
muchos puntos por exponer este secreto y he retrocedido al punto en el que
tenía 2 años y 7 meses viviendo en la Isla. Pero aquí quiénes mandan son las
mujeres, y donde manda mujer tarde o temprano los hombres tienen que aprender a
cocinar.
Finalmente está el patio. El patio de la parte de atrás de
las casas, bajo la sombra de un árbol de copa enorme, es fundamental en la
cultura lagariteña. El patio margariteño es como esos clubs ingleses en donde
no entran mujeres. De hecho para un navegao como yo, con 4 años y 9 meses en la
isla, es un honor inmensurable ser invitado a una jornada de ron de ponsigué y
patio. Y en los patios los hombres cocinan platos increíblemente complejos como
un guiso de pato, un arroz con guacuco o un tarkarí de chivo.
En Margarita no es descabellado decir que la cocina de lo abuelos es la cocina que se añora. En ésta, la isla de los hombres que cocinan.
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