391 ME VAN A PERDONAR, PERO ESTO YA ES DE LOCOS
Ponga en remojo, cubriendo completamente con agua por 24
horas, medio kilo de cualquier grano que desee cocinar, de esos que uno compra
en cualquier supermercado. Pasadas 24 horas elimine el agua y cubra las hinchadas
semillas con un papel absorbente humedecido en un lugar fresco y aireado; y dependiendo
de la semilla, entre 24 horas y cuatro día después, de cada semilla comenzará a
brotar un germen poderoso cargado de proteínas. Cada semilla de esas podrá ser
una planta en el futuro, o podrá ser un puchero nutritivo si decide cocinarlas.
¿De donde han sacado esas semilla la energía para que brote, de
la nada, vida? ¿Cómo es posible semejante prodigio si esas semillas no están
tomando nutrientes de la tierra?
La semilla no es más que un gran depósito de alimento para
que, llegado el momento, el dormido germen que reposa en su interior tenga
alimentos para crecer. Y es cuando el germen ha consumido todo ese alimento, ya
con un par de hojitas que predicen futuro, que llega el momento de trasplantar
la planta para que un ser vivo, la tierra, la siga acunando hasta que sea una
adulta dispuesta a seguir con el ciclo de la vida.
Una cosa es germinar y otra muy distinta lograr que una
semilla germinada crezca hasta ser madre de otras semillas, y pase a ser
nuestro alimento: ¿En qué época del año hacerlo? ¿A que distancia una planta de
otra? ¿Qué otras plantas deben estar cerca para nutrir la tierra y combatir
plagas? ¿Cuánta humedad necesita esa planta para ser vigorosa y no secarse o
pudrirse? ¿Cuándo deben recogerse las nuevas semillas? ¿Cómo decidir cuántas y
cuáles de las nueva semillas deben guardarse para siembra, y cuántas para
comer? ¿Cómo guardar las semillas para que meses o años después todavía sean
tanto fértiles como alimenticias?
Las respuestas a estas preguntas, así como todas las surgidas
en el proceso de aprender a criar para alimento razas animales, le tomó a la
humanidad 10.000 años contestarlas. Pasar de ser nómadas recolectores y
cazadores en el neolítico, a ser humanos sedentarios que domesticaron la
semilla (agricultura significa crianza del campo, si nos vamos a sus raíces
lingüísticas) fue el salto que nos hizo humanos. Domesticar ese gran depósito
de energía que es una semilla no germinada nos dio la posibilidad de dejar de
tener que vagar constantemente, y tener por primera vez tiempo para pensar y
crear. Un logro y saber inmensos que fuimos pasando de generación a generación,
mediante esos garantes de conocimiento que son los campesinos.
Y estamos tan desquiciados que en apenas cien años hemos
destruido (literalmente) el 75% de esos 10.000 años que nos definen. Jamás en
nuestra historia la humanidad estuvo tan al borde del abismo y tan en manos de
tan pocos avariciosos.
II
Un informe
(en inglés) de la FAO (Organismo de las Naciones Unidas para el manejo de
alimentos) sobre el estatus de la agrodiversidad en la tierra es lapidario, a
la hora de analizar en números hasta que punto la humanidad está al borde del
abismo: En los últimos 100 años 75% de toda diversidad genética de plantas que había
en la tierra desapareció, junto a 50% de las razas criadas para alimento. De
paso, los 17 espacios de pesca que hay en la tierra están siendo explotados por
encima de su capacidad de sustentabilidad. Más grave aun, cuando se habla de
75% de desaparición de plantas, se hace referencia a aquellas comestibles y no
comestibles… de las aproximadamente 300.000 plantas comestibles que el hombre
aprendió a domesticar, 90% desaparecieron en 100 años y apenas contamos con
unas treinta mil.
Sigamos con estas estadísticas del hambre. Aunque tenemos
treinta mil especies vegetales comestibles luchando por no desaparecer, hoy el
hombre solo está sembrando 200 para alimento y 60% de las calorías y proteínas
de plantas que consume la humanidad, provienen de 3 (¡Si, sólo tres!) plantas:
arroz, maíz y trigo.
El informe al que hago mención es de hace 16 años (1999) y
desde entonces no se ha hecho nada para revertir esta estupidez colectiva, todo
lo contrario. Se estima
que cada 24 horas se están extinguiendo 200 especies de la tierra (desde algas
hasta ballenas), y este número no proviene de los escritos paranoicos de un
ecologista apocalíptico, sino desde el mismo corazón del programa para el
ambiente de la naciones unidas, UNEP por sus siglas en inglés. Ya está claro
que este ritmo de desaparición llegó al punto en el que la tierra ya no es
capaz de autoregenerarse, tal como puede leerse en el informe The living
planet report, uno de los reportes más aterradores que me ha tocado
leer de lo que es esta página triste de la humanidad signada por la avaricia.
Estamos tan desquiciados que vemos como una gracia que en
Noruega, muy cerca del polo norte, tengamos bajo tierra una
bóveda del fin del mundo en donde se han guardado las semillas de casi un
millón de plantas (comestibles y no),
preparándonos para la catástrofe global. Diez mil años de trabajo paciente del
hombre agricultor, literalmente enterrados y congelados.
Hace cien años habían 7500 variedades de manzana y hoy China
y USA (que suman el 56% de la producción mundial) solo están sembrando 18
variedades. Eso no significa necesariamente que las otras 7482 desaparecieron
(siempre hay uno que otro agricultor testarudo que insiste en preservar la
vida), pero indica lo que sucederá: si una planta deja de sembrarse, dejan de
recolectarse sus semillas y termina por desaparecer.
Igual ha pasado con el tomate, la cebolla, el maíz o
cualquier planta que sea negocio vender…. Esas son las dos palabras claves
detrás de esta masacre: vender y negocio.
III
Con el falso argumento de que sembrar grandes extensiones de
un solo cultivo rendidor (forma de siembra conocida como monocultivo) es la
única forma de poder alimentar a una humanidad que decidió procrearse
exponencialmente (en 1700 la población de humanos de todo el planeta era de
apenas 600 millones) en los últimos tres siglos, la tierra se la cogieron unas
pocas corporaciones que decidieron sembrar solo aquellas plantas que dieran más
dinero. Es decir: o aquellas que producen más kilos por hectárea en un año, o
aquellas por las que el mercado está dispuesto a pagar más.
Es tal nuestro apego a formas de monocultivo, que
literalmente nos han puesto a hablar en genérico. Ya no sabemos el nombre de
las diferentes papas, maíces o tomates; y nos limitamos a decir simplemente la
papa, el maíz, el tomate.
Ya es un estado de fragilidad inaudito que la humanidad esté
dependiendo de apenas un puñado de alimentos que a su vez dependen de dosis masivas de
agroquímicos para no desaparecer también, pero el problema es más grave aun.
Como bien nota la Organización Mundial de la Salud (OMS por sus siglas en
inglés) en un pequeño
escrito sobre diversidad biológica, 60% de la población mundial depende de
la medicina tradicional (es decir la del reino vegetal) para estar sana. Cada
planta extinta es una posible medicina que nunca llegaremos a descubrir o una
conocida con la que ya no contaremos.
En 100 años perdimos 75% de nuestra libertad de elección,
buena parte de nuestra cultura y conocimiento, el equilibrio de dieta que
define nuestra salud, y a nivel de seguridad alimentaria somos más vulnerables
que nunca.
O comenzamos a preguntarles a los campesinos, y no a las
corporaciones, como y que es lo que se debería sembrar, o nos comemos el
planeta. Me van a perdonar, no puede ser que estemos tan locos.
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