410 DIECIOCHO AÑOS DESPUÉS

Después de dieciocho años juzgar deja de tener sentido. A los de afuera. A los de adentro. A los que decidieron y a los que no. Al preso y al que se calló para no serlo. Ya son muchos años de dictadura como para creer que los códigos son los que eran, los que soñamos, los que imaginamos y los que nos deseamos.
Todo el mundo, absolutamente todo el mundo, es víctima en una dictadura. Inclusive el victimario. El muchachito que levantará el fusil y el que recibirá el culatazo apenas tenían edad para caminar cuando esto empezó y ya ninguno sabe lo que es pasado. Dos víctimas entendiendo que hay un presente omnipresente, ejercido por un puñado que será omnipotente hasta que el engranaje del destino haga click después de echarse a rodar.
Dieciocho años de dictadura es mucho para seguir juzgando. Aquí es tan víctima el ciudadano de a pié con un teléfono 0424 como el funcionario público al que le asignaron un 0426. Ambos están pinchados y vigilados.
Ya Venezuela no será lo que fue. Ya no es lo que soñamos. Son los tiempos que nos toca vivir y cada quien vive el tiempo que le tocó vivir. Lo que habremos de ser está por verse. Así de simple.
Aquí estamos buenos-buenos, buenos-malos, malos-malos, malos-buenos. Todos en dictadura. Todos con miedo. Unos por la incertidumbre y otros porque saben que los juicios llegan.
No intento a esta alturas analizar porqué alguien vive afuera o porqué opina o no lo hace estando allá. Adondequiera que allá sea. La vida es ahora y hay que vivirla. En todas las épocas han existido los que luchan, los que opinan, los que se la juegan… y lo que no. Todos tienen derecho a vivir.
No intento a éstas alturas analizar porqué alguien se quedó adentro o porqué opina, o no lo hace estando aquí. Adondequiera que aquí sea.
Esto no es democracia como para que esas preguntas sean válidas. Cuando podamos hablar libremente seguramente nos preguntaremos porqué algunos callaron. Pero eso es en ese momento, y seguramente tendremos que estar preparados para entender porqué algunos callaron.
No siempre el que más vocifera es el más valiente. A veces es el que más tiene miedo o el que tiene menos que perder o el que ya lo perdió todo.
Después de dieciocho años de dictadura todos tenemos una historia. Algunos saben de la esposa que pide que no hablemos para que la vida de su esposo preso-político sea menos infernal. Otros saben de una esposa que se reuniría hasta con el mismo diablo para tratar de sacar al suyo del infierno.
¿Juzgar a alguien después de dieciocho años de dictadura? ¿Juzgar al que se quedó porque no pudo irse? ¿Juzgar al que se quedó porqué estos son los tiempos que le tocaron y nunca conoció otro pasado que no sea este presente? ¿Juzgar al que se quedó porqué, sin robar a nadie, gana lo que necesita para vivir y es feliz? ¿Juzgar al que se quedó porqué su mamá estaba enferma y no la iba a dejar? ¿Juzgar al que se quedó porque tuvo miedo de irse? ¿Juzgar al que se quedó porqué no tuvo miedo de irse?
Vale lo mismo para el que se fue. Para el que da la pelea o no la da.
Vale lo mismo para el que está feliz o el que está triste.
Son dieciocho años de dictadura.
No. No son tiempos para juzgar sino para extender la mano y ser solidarios. Porque todos somos víctimas. Todos, después de dieciocho años tenemos una historia que contar. Todos, después de dieciocho años hemos gritado y hemos callado. Y hemos llorado y nos hemos sentido culpables siendo felices.
Dieciocho años es mucho. Ahora, cada vez que le estrecho la mano a cualquier desconocido, lo miro a los ojos y le sonrío. Y trato de quererle. Los dos somos víctimas, los dos queremos abrazarnos.

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